Sin tráfico, pero sin tribu: el costo social de trabajar desde casa

Sin tráfico, pero sin tribu: el costo social de trabajar desde casa

Son las 6 de la tarde un viernes. Cierro la laptop, me estiro en la silla y... nada. No hay ese "nos vemos el lunes" de los compañeros, no hay tráfico que maldecir, no hay ese momento de transición entre el trabajo y la vida. Solo mis perritas que me miran esperando su cena, y yo sintiéndome rara. 

Es una sensación difícil de nombrar: como si hubiera terminado algo importante pero nadie más lo supiera. Como si hubiera corrido un maratón en solitario y no hubiera línea de meta ni espectadores. Termino mi jornada laboral con la misma energía con la que cierras un libro que nadie más va a leer. Y me pregunto: ¿esto cuenta como "haber trabajado" si nadie lo vio pasar? 

Llevo años en home office. Años de no tener que levantarme dos horas antes para arreglarme y aventarme al tráfico infernal. Años de trabajar en pants, de poder abrazar a mis perritas cuando necesito un respiro, de ahorrarme una fortuna en transporte y comidas fuera. Y lo agradezco, en serio. Pero nadie te dice que esto también te cobra factura de maneras que no ves venir. 

Las conversaciones que ya no pasan y por qué sí importaban 

No extraño las juntas eternas ni los chismes tóxicos. Extraño lo mínimo: el "¿ya comiste?" del cubículo de al lado, el comentario random en el elevador, ese "uff, qué día" compartido con alguien que está igual que tú. 

Esas micro-conversaciones me hacían sentir parte de algo. Me recordaban que no estaba sola con las mismas frustraciones, deadlines imposibles y la duda de "¿lo estaré haciendo bien?" 

Hoy puedo tener cinco videollamadas y aun así terminar aislada. Conexión digital no siempre es acompañamiento real: puedes ver caras todo el día y sentir que nadie te ve de verdad. 

La paradoja de la pijama 

El home office te da libertad: no salir, no fingir. Y justo por eso, a veces extrañas que algo te saque de la burbuja. Mis perritas me dan amor incondicional, pero no dicen "qué buena idea" ni "vi tu esfuerzo". El cariño perruno no sustituye la validación humana de saber que tu trabajo importa para alguien más. 

Y cuando acaba la jornada, ya no existe "el camino a casa" para procesar el día. Tu oficina es tu sala es tu recámara. Todo mezclado. Todo el tiempo. 

El duelo que nadie menciona 

Lo más raro de todo es que extrañar la oficina se siente como una traición. Como si no pudieras quejarte porque "tienes tantos privilegios". Millones de personas se avientan horas en el tráfico todos los días, y tú estás aquí, en la comodidad de tu casa, ¿y te quejas de sentirte sola? 

Pero el aislamiento es real, aunque tengas WiFi rápido y un espacio cómodo. La soledad después de años de home office es como una gotita constante: no te das cuenta de que se está acumulando hasta que un día te preguntas por qué te sientes tan desconectada. 

Y no es solo extrañar personas. Es extrañar sentirte parte de algo más grande que tu laptop y tú. Es extrañar esa energía colectiva que existe cuando trabajas rodeada de gente, aunque sea gente con la que no siempre te llevas bien. Es extrañar existir en un espacio compartido. 

Hacerte visible, aunque no estés presente 

Aquí está algo que me costó entender: estar en home office no significa renunciar a tu voz ni a tu presencia en el trabajo. No estar físicamente en la oficina no te hace invisible, pero sí requiere ser más intencional sobre cómo te haces notar. 

He aprendido (a veces a tropezones) que la visibilidad remota es un músculo que se entrena: 

  • Comparte tus avances, no solo tus resultados finales: En la oficina, la gente te veía trabajar. En remoto, ese proceso es invisible. Un mensaje rápido de "avancé X cosa hoy" o "esto va por buen camino" mantiene a tu equipo al tanto de que estás ahí, creando, aportando. 
  • Habla en las reuniones, aunque sea para sumar algo pequeño: El silencio en videollamadas se interpreta diferente que en persona. No necesitas tener LA gran idea; a veces un "me hace sentido" o una pregunta que clarifique algo ya te pone en el mapa. 
  • Documenta tu trabajo: Correos para recapitular, notas compartidas, actualizaciones en Slack. Parece administrativo, pero es tu manera de decir "aquí estoy, esto hice, esto aporté". 
  • Pide feedback activamente: No esperes a que llegue. Preguntar "¿Cómo ves esto?" o "¿tiene sentido este enfoque?" no solo mejora tu trabajo, también te hace presente en la conversación. 
  • Celebra los logros de otros y los tuyos: Un "qué bien te salió esto" en el chat grupal o compartir un win propio crea esa energía de equipo que se pierde en remoto. La visibilidad también es hacerse presente en los logros colectivos. 
  • Agenda uno a uno con tu líder: Aunque sea 15 minutos al mes. Ese espacio te permite hablar de cómo te sientes, qué necesitas, y recordarle a tu jefe que existes más allá de tus entregables. 

La verdad es que en home office tu trabajo no habla por sí solo de la misma forma que en la oficina. Y está bien pedir lo que necesitas: reconocimiento, retroalimentación, incluso un "hey, ¿viste lo que hice?" No es venderte; es asegurarte de que tu esfuerzo no pase desapercibido. 

Lo que me está ayudando sin complicarme la vida 

Mira, no tengo todas las respuestas. Sigo navegando esto como puedo. Pero aquí hay algunas cosas que he probado y que, a veces, ayudan a que el aislamiento no se sienta tan pesado: 

  • Ritual de salida: como ya no hay trayecto, lo invento. Cierro la laptop y le doy una vuelta a la cuadra con las perras, me cambio de ropa, escucho música distinta. Mi cerebro entiende: "se acabó". 
  • Tercer espacio: no todo es casa u oficina. Un café, una biblioteca, un día de cowork. A veces solo necesitas sentir vida alrededor. 
  • Cafés sin agenda: virtuales o presenciales. Recuperar lo casual también es trabajo del bueno. 
  • Comer fuera del escritorio: aunque sea algo rápido y cerca. Cambiar de aire te recuerda que hay un mundo allá afuera. 
  • Decir la verdad: cuando preguntan "¿cómo estás?", a veces digo "un poco triste hoy". Sorprende cuánta gente contesta "yo también". 
  • Comunidades pequeñas: Slack, Discord o grupos de mi giro. No reemplazan lo presencial, pero sostienen. 

Y lo más importante: darme permiso de extrañar. No me hace malagradecida ni dramática; me hace humana. 

Dos verdades que conviven 

El home office no es el villano de esta historia. Es una modalidad con beneficios enormes que, francamente, me ha cambiado la vida en muchos sentidos positivos. Pero también tiene un costo emocional del que casi nadie habla porque parece que nos tenemos que sentir afortunadas todo el tiempo. 

Y aquí va algo importante: el home office no es para todos, y eso está completamente bien. Algunas personas florecen en remoto, otras necesitan el espacio compartido para sentirse completas profesionalmente. No es cuestión de fortaleza o debilidad; es cuestión de conocerte y saber qué necesitas para hacer tu mejor trabajo sin sacrificar tu bienestar. 

Si descubres que el remoto total no es lo tuyo, no significa que fallaste. Significa que tienes claridad sobre lo que funciona para ti. Y esa claridad es valiosa: te permite buscar esquemas híbridos, negociar días en oficina, o incluso considerar cambios que te acerquen más a lo que necesitas para sentirte bien. 

Podemos estar agradecidas y sentirnos solas. Podemos amar no tener que hacer dos horas de tráfico y extrañar las conversaciones del pasillo. Las dos cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo. 

Si estás leyendo esto y sientes que te identificas, quiero que sepas que no estás mal y no estás en soledad en esto (aunque a veces lo parezca). El aislamiento del home office es real. El cansancio emocional de años trabajando desde casa es real. Y está bien reconocerlo sin culpa. 

Porque a veces, lo más valiente que podemos hacer es admitir que algo que "debería" hacernos completamente felices... no lo hace. Y eso no es vivir desde la ingratitud. Nos hace vivir desde la humanidad. 

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